Con ocasión de la gran final entre nuestro amado Deportivo Cali y el grandioso Deportes Tolima -que dejó de ser el ‘Tolimita’ desde que lo tomó ese modelo de hidalgo empresario y acogedor ser humano como es Gabriel Camargo- lo que corresponde es escribir no sobre el rollo o enredo de infames e indignos como podrían resultar ser los de llaneros y samarios, sino que lo que compete es redactar sobre azucareros y pijaos o sobre esos históricos y modélicos enfrentamientos deportivos que han sido ejemplo de competición, unión y translucidez.
En 1995 se jugó el partido que unió a una nación. En efecto, bajo las riendas del capitán Pienaar, la nación sudafricana, unida, como potencia, luchó de principio a fin contra los temibles All Blacks de Nueva Zelanda, que danzaban la ancestral Haka de combate y tenían como capitán al portentoso Jonah Lomu, sin duda alguna el mejor jugador del mundo. Lo curioso es que el capitán Pienaar era blanco, descendiente de los mismos colonos que durante décadas forzaron a los negros a utilizar buses distintos, baños distintos y en general a ‘no tocar’ a la raza blanca dominante.
Suráfrica, como sociedad, acababa de ser testigo del apartheid, una política sistemática de ruptura y segregación entre blancos y negros que duró en pie desde 1948 hasta 1994. Sin embargo, la Copa Mundial de Rugby de 1995 marcó una diferencia enorme.
Nelson Mandela y el capitán Pienaar se reunieron en un momento histórico en Unión Buildings. Allí, sellaron más que un partido. Sellaron más que un mundial. Se podría decir que, de aquel trato (privado, pero honesto; secreto, pero a la vez enorgullecedor), surgió una nación. Suráfrica, en aquel 1995, fue unida, poderosa, madura; estuvo reunida bajo los mismos ideales patrióticos de superación y contribución al bien común.
Retrocedamos algunos años. Corría el frío invierno de 1914. Las bombas de la Primera Guerra Mundial tronaban en los cielos y en las colinas. En aquella Navidad se escucharon gritos de soldados alemanes, a lo lejos, en las trincheras que estaban justo al frente de la formación británica. Los soldados temían que levantarse a mirar significara un tiro en la cabeza. Sin embargo, aquellos gritos no sonaban como quejidos de dolor, como de costumbre. No eran gritos de guerra, como solían ser. En realidad eran llamados de amistad.
Aquellos días, se reunieron los soldados alemanes y los británicos a jugar al fútbol juntos, como en los viejos tiempos. Atrás quedaron las máscaras para el gas mostaza. Lejos quedaron las bayonetas. Todos estos implementos se cambiaron para dar lugar al gesto de hermandad: el apretón de manos. Las instrucciones de guerra fueron reemplazadas por consejos entre compañeros para marcar a este u al otro jugador, y para conseguir llegar hasta el arco rival. Alemanes y británicos, como pueblos, en su más profundo sentido humano, fueron amigos, durante algunas pocas horas.
En Liverpool hay una estatua en la iglesia de San Lucas. Un soldado alemán y uno británico intercambian un afectuoso y franco saludo durante un partido de fútbol. A aquellos mágicos momentos los llamaron La Tregua de Navidad.
Para el frío, los británicos llevaron carne curada, ron y cigarros. En el entretanto, los alemanes llevaron sus tradicionales salchichas, café y coñac. Todo ello sucedió a las espaldas de los dirigentes, cuyas instrucciones jamás involucraron una tregua. Los países seguían, oficialmente, según los altos mandos de la burocracia, en guerra. No obstante, los valientes jugadores -lejos de la liviandad de sus dirigentes- lograron encontrar ese significado que tiene el fútbol realmente, y que va mucho más allá de ser un mero deporte.
En Bélgica, al día de hoy, hay una diciente frase grabada en una escultura: “Un arrullo en medio del odio” -dice la placa-. Eso significó el fútbol en medio de aquellas noches tormentosas de desasosiego y terror.
Que bueno sería que ciertos actores del fútbol colombiano, ahora, en pleno 2021, siendo azotados por momentos difíciles a nivel nacional, comprendieran que cuando se juega un partido de fútbol, no solo se juega al fútbol.
Qué ilusionante sería que aquellos destellos de grandeza vividos en otras latitudes, con coraje, con tesón, con respeto por los contrincantes, con honestidad y transparencia, encontraran ecos en los rincones de nuestra tierra. El fútbol tiene el potencial para cambiarlo todo, o para no cambiar nada. Sus protagonistas, tienen la opción de ser recordados como verdaderos villanos o como héroes al estilo de los paladines que del Cali y del Tolima han llegado a la final del fútbol profesional colombiano.
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