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Un año de soledad | Columna Luiyith Melo García

28 abril, 2022
En Columnistas, Luiyith Melo
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Un año de soledad | Columna Luiyith Melo García
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Un año del estallido social y del vandalismo que le cambió la cara a Cali, y el miedo y la incertidumbre no se apagan. El 28 de abril de 2021 la ciudad empezó a vivir la tragedia del terror por cuenta de los bloqueos, los desmanes y la violencia que se extendieron durante 60 días, algo que no habíamos vivido antes.

Pudimos experimentar lo que es vivir en una ciudad al garete, sin timonel, sin autoridad, sin control durante ese tiempo. El miedo encerró a la población en sus viviendas. Sectores enteros terminaron confinados por los bloqueos violentos protagonizados por personajes oscuros que se identificaron como de la ‘primera línea’. Detrás de ellos había, en realidad, todo un concierto para delinquir orquestado por milicias urbanas de la guerrilla y bandas criminales que buscaron desestabilizar la ciudad y su gobernanza, ganar espacios urbanos, económicos y políticos, aprovechando la legítima convocatoria al paro de una ciudadanía inconforme y la necesidad de unos jóvenes sin presente ni futuro.

Todo empezó con el florero de Llorente de la reforma tributaria del ministro Carrasquilla, sorprendentemente de espaldas a las necesidades y la realidad de la población. Más impuestos para quienes no tienen con qué pagar. Y, claro, se desgranó la mazorca. 

El paro se le salió de las manos a las organizaciones sindicales y ciudadanas que lo convocaron, porque la subversión y la delincuencia común lo infiltraron y terminaron por quedarse con él. Se aprovechó de sus banderas para cometer todo tipo de fechorías, saquear comercios y destruir bienes públicos y privados, quemar estaciones y buses del MÍO, cerrar vías, entradas y salidas de la ciudad, asaltar, atracar a la gente y atacar la Fuerza Pública que no pudo reaccionar en un principio y se mostró dubitativa después porque el alcalde y el comandante no se pusieron de acuerdo sobre qué hacer. Ni siquiera el presidente Iván Duque fue capaz de ponerle el pecho al problema y vino una madrugada de entrada por salida como para que la historia registrara que vino, pero no se sabe a qué con ese afán.

El controvertido general Zapateiro llegó después seguro de que aplacaría la revuelta en 24 horas, y se fue sin lograrlo. Eso sí, se desplegó una dinámica de enfrentamientos y violencia selectiva que terminó por empeorar la situación.

Un año después de la triste experiencia la ciudad no sale de su asombro. Todavía se advierte la preocupación y la incertidumbre en los rostros que deambulan por una ciudad semiarruinada, con un sistema de transporte destruido en un 90 % que apenas se despierta de la postración en la que la dejaron los vándalos, y una movilidad sin control que quedó en manos de los muchachos de la calle. 

El efecto de ese fenómeno fue la pérdida de autoridad del Gobierno que se evidencia en el irrespeto de muchos desadaptados a la policía y a los agentes de tránsito, a quienes no solo no obedecen, sino que agreden consuetudinariamente. Los carriles del MÍO dejaron de ser exclusivos; carros y motos transitan sin problema por ellos. Las normas de circulación no existen para muchos. Viven en la lógica del caos.

La inseguridad se multiplicó por todos lados. Nadie anda seguro en la calle y ni siquiera en un restaurante donde se sienten expuestos. Portar un celular escaló a una situación de alto riesgo. Los puentes, los muros, las fachadas se volvieron el cuaderno de garabatos de algunos que se justifican en el arte, y el espacio público sagrado de la gente terminó enajenado con la complicidad de la autoridad municipal.

El manipulado discurso de la inclusión se ha usado por este Gobierno de manera conveniente para librar sus batallas políticas con recursos del erario, que lo ponen en una orilla de la realidad social y atiza la polarización de un pueblo que realmente no se siente incluido ni representado por esa administración. 

Durante la pandemia en Cali se perdieron más de 300.000 empleos, y tan solo en el paro se acabaron 30.000 más según las cifras de Fenalco. La economía apenas se empieza a reponer, pero aún faltan decenas de miles de empleos por recuperar. Eso siembra un tremendo pesimismo en los más pobres muchos de los cuales ahora dizque salieron de la pobreza por cuenta de las estadísticas del DANE. Y ni siquiera ganan un salario mínimo.

“Cali no ha vuelto a ser la misma después del paro”, como lo expresó un ciudadano consultado por este diario, que la recorre recorre todo el día. “Se ve una ciudad abandonada”, es su diagnóstico. Y el clima emocional, en esta que ha sido la capital de la alegría, pasa por una estación de pesimismo.

Sí, ha habido un despertar social, una especie de conciencia de clase, un sentido de solidaridad. Pero también un miedo a esa emergencia política que expresan sectores marginados, lo cual inspira temor en la otra orilla que teme perder espacios de poder social y económico. Claramente, esto ha agudizado la polarización, la confrontación de clase y le ha hecho mucho daño a la convivencia ciudadana. Y se está expresando también en la campaña electoral con cifras que preocupan a unos y otros.

Pasará mucho tiempo antes de que Cali recobre su frescura, la confianza en sí misma y en sus gobernantes. Y tendrán que venir nuevas administraciones sin amaños ni resentimientos que logren construir una visión compartida. La única arma que tenemos todos para enfrentar tanta adversidad es el voto que logra cambiar o reelegir Gobiernos. Que puede escoger programas. Que puede participar del cambio. El voto que nos saque de este año de soledad.

Lea también: Para muestra dos botones | Columna Luiyith Melo García

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