En general, nos enfrentamos a problemas siempre tratados y jamás vistos, pero no podemos dejarlos a la deriva y seguir lamentándonos ante los obstáculos que el mundo trae consigo, como si fueran imposibles de superar y nos negaran toda visión o acceso al futuro.
El paro nacional dejó varias tareas que nos preguntamos si han empezado a leerse para ser comprendidas en su real dimensión, dejando claro que los jóvenes deben aprender, ya en la familia y en la escuela, que la fuerza nunca puede ser medio de confrontación con los demás. Sólo así puede establecerse una cultura de la no violencia.
Se necesita de espíritus valientes, guerreros y con ideales, que entiendan la importancia de los valores, de la educación y ante todo de la creación y formación de una nueva conciencia que nos permita alejarnos del camino equivocado, usando la verdad en el pensar, hablar y obrar.
Se necesita dejar a un lado el afán por el dinero fácil y el prestigio no labrado con esfuerzo, porque el que es ambicioso pierde su libertad, su tranquilidad y paz interior. Este cambio de mentalidad es la tarea para los jóvenes, para que se formen profesionalmente con el apoyo estatal, y así ser ellos los especialistas y responsables de un futuro que no esté en manos desconocidas, en donde cada uno desempeñe una función en beneficio de su comunidad.
Las diferencias entre ricos y pobres son abrumadoras, pero es aquí donde el Estado y el pueblo se deben comprometer en reconstruir el averiado tejido social para fortalecer una sociedad libre y democrática, que ponga sus objetivos en el bienestar y el servicio de las necesidades del hombre en vez de someterlo.
En lugar de acudir al recurso de la fuerza económica y política en una lucha despiadada para conquistar el poder, debe emplearse esta misma fuerza en servicio de las personas, en la lucha por alcanzar una sociedad más equitativa, una sociedad más justa. La razón de ser del mercado mundial es el hombre y la función de la economía es incrementar la democracia, sin ánimos de sustituirla o deformarla.
Hay que leer con ánimo constructivo las tareas dejadas por el paro abriendo los espacios para el diálogo y la concertación. La juventud en particular y la sociedad en general, están pidiendo espacio para participar en la toma de decisiones; la fatiga de sentirse excluidos, discriminados ha llegado a tal punto que, por el desespero, el pasar el límite establecido por la Constitución y la ley los convierte en actores que violan la legalidad. Y eso no puede seguir sucediendo, hay que abrir el espacio para un gobierno participativo que una los diferentes segmentos poblacionales en aras del beneficio común.
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