¿Cómo se puede hablar de un exceso de derechos? ¿No son estos inagotables? Pues bien, debemos partir de la sabiduría popular que establece que “de eso tan bueno, no dan tanto”. Es decir, aquellos derechos que requieren inversión directa de recursos económicos para poder concretarse, por ejemplo, el acceso a la salud y a la educación gratuita para todos los ciudadanos, jamás pueden darse por sentados, ni brotan de manera silvestre y ad infinitum.
Resulta bastante difícil de comprender para una sociedad millennial cómo es que un ‘derecho’ puede ser sobreexplotado. Pero, sucede. La pregunta es, ¿cuándo se puede hablar de la ruina causada por una sobredosis de derechos? Sencillo: ocurre cuando la política socioeconómica es entendida como una carta abierta a los Reyes Magos, en la cual el Estado actúa como unos Melchor, Gaspar y Baltasar extremadamente generosos. Esto es, cuando los ciudadanos pretenden obtener estas grandiosas prestaciones de manera gratuita, sin una contraprestación que se traduzca en deberes.
La ecuación es clara: derechos, sin deberes, conducen a la quiebra. Justamente, es lo que empezamos a observar en Chile, bajo el mando del ‘innovador’, ‘progresista’ y ‘abierto’ Gabriel Boric, quien se considera el altoparlante de los derechos. Grita y vocifera en varias lenguas, por el derecho a la educación, a las pensiones, a una mayor igualdad. Todas estas son metas sociales valiosas, y constituyen objetivos a los que cualquier Nación moderna debe apuntar, pero no se logran per se, ni pueden darse por sentado.
El hecho de que una generación de chilenos quiera recibir una mejor educación pública y considere el acceso a la educación como un derecho (lo cual está bien), no equivale a decir que van a obtener esa meta sin un correlativo sacrificio. Todo lo contrario: genera la falsa expectativa de que la meta ya está cumplida, porque “por el hecho de ser chilenos ya tenemos derecho a la educación”, lo cual, como puede verse, no se compadece de un deber correlativo y, en consecuencia, es un mero espejismo.
Como ya lo dijimos anteriormente, el exceso de derechos, sin deberes correlativos, conduce a la quiebra social. Invito, entonces, a los chilenos, a pensar más allá y con la mirada en el futuro: un verdadero cambio social, íntegro y perdurable, no se logra aclamando y vociferando el derecho a la educación a los cuatro vientos. Por el contrario, se logra cuando los ciudadanos, unidos, construyen patria a través del establecimiento de deberes sociales claros, que todos, como Nación, deben cumplir.
Lo que debe hacer Boric, y también otros gobernantes latinoamericanos y candidatos presidenciales con tendencias progresistas, es concentrarse, responsablemente, en cómo se logrará que el presupuesto público sea suficiente para llegar a metas sociales de inversión. Ojo: ello no debe realizarse sin importar las consecuencias, lo cual ya quedó plenamente demostrado con la tormentosamente fallida reforma tributaria de Carrasquilla en nuestro país.
A su vez, y volviendo al caso Boric, dicho gobernante, ha de concentrarse, además, en cómo amortizar el costo a largo plazo, es decir, en la manera en que miles de chilenos y colombianos, que podrían llegar a obtener el beneficio de la educación gratuita y de calidad, devolverán esa inversión que el Estado ha hecho, pero multiplicada, para que las futuras generaciones no solo aspiren a una educación pública y de calidad, sino a la mejor educación pública de todo el globo.
Valga la pena aclarar que lo mismo debería estar haciendo Colombia, o al menos estar diciendo la profusión de postulantes a la presidencia, sobre todo para que los científicos expertos que delineen, por ejemplo, el modelo de funcionamiento e investigación requerido para la planta de producción de vacunas VaxThera -que ojalá pueda ampliar su capacidad de producción para la anhelada apertura de una segunda sede aquí en el Valle- provengan de las nuevas generaciones y que no sean importados del extranjero.
En conclusión, en cuanto al dispensario de prerrogativas en el que se convertirá Chile, y podría trocarse Colombia, debo indicar que pensar solo en el hoy, mediante un exceso adictivo de derechos, conducirá no solo a la inestabilidad social muy a lo Venezuela -mayores descontentos cuando el dinero se agote- sino también a que nuestro continente sea derrotado por las economías asiáticas emergentes que, con disciplina, están cumpliendo sus metas, sin dar por sentado que, sin mover un dedo, podrían acceder a cantidad de ‘derechos’, lo cual es fantasioso, irresponsable y, sobre todo, insostenible en el largo plazo.
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