La frase no es de mi huerta intelectual. Fue lanzada por, según mi padre, una de las mentes iluminadas de este país: el maestro Darío Echandía a quien conocí por los detallados relatos impregnados de admiración y profundo respeto que nos hacía en momentos de tranquilidad hogareña. Se refería el político y filósofo a la condición de sus coterráneos y la capacidad de algunos de ellos para hacer el mal.
Anhelamos habitar un país dividido menos entre derecha e izquierda, o negro y blanco, que entre lo bueno y lo malo. Quisiéramos un líder que ayude a coser una tierra dividida y cuya visión pareciera por lo menos relevante en la polarizada Colombia de hoy.
Estamos viviendo uno de los períodos más convulsionados de nuestra historia social contemporánea. Durante estos años estamos viendo la irrupción en la escena política de nuevos actores que transformarán profundamente nuestra sociedad. Entre esos nuevos actores se destacan los movimientos sociales a cuya vanguardia están la población afroamericana y las organizaciones pacifistas y estudiantiles.
Un primer asunto que resulta pertinente precisar es que el racismo no es una tendencia natural de los grupos humanos o de las personas. Ha dicho el profesor Van Dick que “es un invento social para detentar poder y para mantener una situación de privilegio sobre otros cuyo origen, apariencia o cultura son distintos” con lo cual, queda evidenciada la posibilidad de transformación que desde la sociedad puede lograrse respecto de tal construcción. El derecho es un factor que puede contribuir a ese cambio.
El concepto de racismo excede la estrecha concepción de las ideologías que creen en una supremacía racial. Igualmente va más allá de la ejecución de actos discriminatorios como la agresión contra determinados colectivos que no hacen parte del grupo que se valora a sí mismo como dominante. El racismo también comprende las opiniones, actitudes e ideologías cotidianas, mundanas y negativas y, los actos aparentemente sutiles y otras condiciones discriminatorias contra las minorías.
Una de las formas a través de las cuales se expresan esas percepciones es el lenguaje. Ahora bien, se ha sostenido desde la perspectiva del análisis crítico del discurso que las estructuras lingüísticas no son racistas por naturaleza, sino que tienen una función racista en un contexto específico. En este sentido, cabe recordar que las palabras son herramientas susceptibles de diversos usos, algunos de los cuales conllevan la exclusión, la agresión, la censura de determinadas personas o grupos de personas, menoscabando sus derechos fundamentales.
La protección de los derechos de las minorías frente al lenguaje que discrimina, no solo apunta a lograr el cese de las expresiones que lesionan al sujeto o sujetos pasivos del ataque, sino que se orienta a restaurar el derecho conculcado o, cuando menos, a mitigar la afectación causada.
Nuestro país es discriminatorio, racista, descalificador y clasista. Características que seguramente fueron las que llevaron al maestro Echandía a decir lo que dijo.
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