Durante siglos nos hablaron maravillas de los conquistadores quienes por sus supuestas hazañas fueron elevados a la máxima expresión como los salvadores de un pueblo que según los europeos estaba al garete y carecía de autoridad. Fue así como en el tercer viaje de Colón por allá en 1498, fueron llegando hombres quienes en España eran unos pobres diablos maltrechos y que vivían en condiciones de pobreza y miseria. Al saber del descubrimiento de un nuevo mundo no escatimaron esfuerzos para echarse al mar y llegar a lo que hoy es América, Al pisar tierra nueva se dieron cuenta de que era la gran oportunidad que podían tener para convertirse en millonarios mediante el saqueo, asesinatos y violación de los aborígenes y de los negros esclavizados traídos de África.
Con ellos también llegaron los sacerdotes quienes tenían la misión de adoctrinar a los aborígenes para obligarlos a cambiar de religión con el argumento de que si no lo hacían irían al infierno. Estos criminales, mal llamados conquistadores, utilizaron todo tipo de estrategias, entre ellas, la intimidación y la fe cristiana que aprovecharon para salirse con la suya y apoderarse de las riquezas de los nativos.
Fue de tal magnitud el avasallamiento que en corto tiempo extinguieron culturas, hábitos y prácticas que por miles de años eran parte de la cotidianidad de los pueblos indígenas.
Tenían la particularidad de asesinar a los caciques para luego tomar a sus mujeres, violarlas y convertirlas en sus compañeras sentimentales, así como a sus hijas. Fue cruel lo que hicieron los europeos, son realidades que nunca se han contado. Pero no todos fueron malos, hubo criollos blancos que marcaron la diferencia.
Tomas Cipriano de Mosquera
Este caucano quien fue cuatro veces presidente de Colombia se opuso a los vicios y costumbres de la Iglesia católica y ordenó su expulsión del territorio patrio, aunque terminó derrocado y desterrado. Pasó a la historia por su radical posición frente a los conquistadores y a la Iglesia católica.
Francisco Pizarro, un asesino investido de conquistador
Cuando este español llegó al Perú, se encontró con un ejército inca tan numeroso que hasta temió por su vida, sin embargo, demostró de su astucia y estrategia militar y, sobre todo, se aprovechó de sus modernas armas y de la caballería que le acompañaba para lograr su cometido. Para esa época, en el año 1530, gobernaba el cacique Atahualpa. Se trataba de un hombre aguerrido con autodeterminación y sobre todo con un ejército tan numeroso que le daba la connotación de soberano y poderoso ante los demás caciques.
Un día cualquiera Pizarro fue invitado por Atahualpa a encontrarse en la fortaleza inca de Cajamarca, por intermedio de un emisario muy allegado a él. El emisario se encontró con los españoles en Cajas y además de llevarle regalos (patos desollados, vasijas en forma de fortaleza, etc.) midió las fuerzas de los españoles y lo invitó a continuar su marcha por el valle del Chancay, cerca del pueblo de Chongoyape hasta Cajamarca para entrevistarse con Atahualpa. Pizarro aceptó y le envió una fina camisa de Holanda y dos copas de vidrio al inca como regalo. Así se adentró en territorio inca con 168 soldados y 37 caballos y se dirigió a Cajamarca.
Atahualpa iba subido en un trono de oro rodeado de sus líderes. Entonces el capellán de los españoles se acercó al trono con una cruz y una biblia y le pidió al cacique que se retractara de sus creencias paganas y aceptara el bautismo y la autoridad del rey de España Carlos I. Atahualpa tomó la biblia, la examinó sin entender nada de lo que tenía y la arrojó al suelo, lo que fue interpretado como una blasfemia por los españoles. Entonces Pizarro ordenó abrir fuego. Los españoles posteriormente sacaron sus espadas e iniciaron el ataque y tomaron prisionero a Atahualpa (16 de noviembre de 1532).
El cacique fue arrestado por Pizarro a quien finalmente le ordenó que le llenara una alcoba de oro y plata. Luego tuvo la desfachatez de preguntarle cómo quería morir, si en la hoguera o desmembrado. Atahualpa le contestó que desmembrado. Y así terminó la vida de un cacique asesinado por un español a quien hoy algunos maestros lo reconocen como conquistador pero ocultan sus crímenes que afortunadamente hoy se están conociendo.
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