La última vez que dialogué personalmente con Carlos Holmes Trujillo García fue un mes y quince días antes de las elecciones que dieron el triunfo al hoy presidente de los colombianos Iván Duque Márquez.
Este encuentro se cumplió en Tunja, sin protocolos de ninguna índole. Carlos asistía a un acto público para apoyar la aspiración a la Cámara de Representantes de una dirigente vinculada al Centro Democrático. Asistí al evento, quería darle un abrazo a este líder que a los 25 años de edad ya ostentaba la dignidad de ser cónsul de Colombia en Tokio. Quería reiterarle mi amistad y reconocimiento a quien le cabía Colombia en la cabeza, a ese líder al que le corría por la sangre el amor por su patria.
Carlos en nuestra charla salpicada del fino humor que lo caracterizaba hizo un recuento de algunos hechos que refrendaban nuestro aprecio mutuo. Nos
Conocimos a través de su hermano, José Renán, un líder que cree en los postulados de la Cámara Junior, entidad de la que fue vicepresidente nacional cuando tuve el honor de presidirla en 1984.
El diálogo sobre aspectos familiares y anhelos de continuar buscando soluciones para un país en donde se desarmen los espíritus, expresión utilizada frecuentemente por quienes aspiran a vivir en una Nación mejor, se prolongó durante un buen tiempo. Fue una charla que se suspendió cuando el presentador del acto político anunció que ya era el turno para sus palabras, un discurso que pronunció a continuación con elocuencia. Destacó Carlos la necesidad de construir un país al amparo de la Constitución.
Era este ilustre hombre público un demócrata en toda la extensión, que había contribuido como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente a la redacción de la Constitución Política de 1991. Puso de relieve, asimismo en su alocución, la trascendencia de orientar al país con adecuada formación en valores éticos y morales. Había sido ministro de Educación Nacional y esto era, según lo expresó, posible pues tenía el bagaje intelectual para diseñar un camino académico despejado para las futuras generaciones y dijo además en sus palabras que Colombia tenía un acercamiento universal para proyectar su economía. Esto era igualmente posible, pues su paso por la diplomacia como embajador de Colombia y en los ministerios que ocupó le otorgaban el privilegio de ser uno de los colombianos mejor preparados para dirigir los destinos del país.
El fallecimiento de Carlos Holmes Trujillo privó al país de las luces de la inteligencia de un hombre que contaba con la experiencia para ser presidente de Colombia. Y a mí me privó de la amistad en lo terrenal de un amigo afable, espontáneo, sencillo, sin sofisticación que así como destacaba su gusto por las prendas de vestir que combinaba con finas corbatas que adquiría en los lugares que visitaba de Colombia o del exterior, exponía con profundidad aspectos relacionados con la paz mundial, con la defensa y protección de los recursos naturales y con la proyección de Colombia en los campos de la educación, salud, vivienda y relaciones internacionales para ejecutar políticas de intercambio en la economía. Se nos adelantó, Carlos Holmes y su legado será un ejemplo para quien como él, sentía que la patria corría por sus venas.
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